A los catorce años la violaron
en un callejón. La policía consiguió detener al agresor, pero conocía a alguien
importante y movió sus hilos hasta conseguir una sentencia ridícula. A los seis
meses ya estaba en la calle, y desapareció de la ciudad. Pocos días después Eva
gritaba en el paritorio. El bebé nació muerto, cosa que hizo respirar de alivio
a sus padres, pero que a ella la hundió en la sima más profunda.
Cuatro años más tarde, con el
futuro convertido en pasado y el cerebro agrietado por los antidepresivos, Eva
flotaba de un lado a otro de la casa como un aura perdida en busca de un
cuerpo. Un día encontraron a su padre muerto en el salón. El corazón había
dicho basta. Su madre tuvo que hacer frente a demasiadas voces en su familia y
en su interior. Al final, Eva fue
internada en una institución y su madre se dedicó a esquivar los múltiples
fantasmas que poblaban la casa.
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