Tras una mañana de compras, la
señora Amelia acercó la tarjeta magnética al lector rectangular que había
anclado a la barra, al lado del conductor. Un suspiro metálico y un guiño verde
le dieron la bienvenida. Después avanzó tres pasos y se dejó caer en un asiento
individual. Colocó las bolsas con sus tesoros sobre su regazo y dejó escapar su
mirada a través de la ventanilla. El autobús se puso en marcha con suavidad, y
la señora Amelia decidió que lo mejor de los viajes era la determinación para
comenzarlos.
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