De pequeña, cuando había
muchos árboles y mucho tiempo para fijarse en ellos, siempre le hacía ilusión
descubrir alguno donde alguien hubiera escrito en la corteza dos nombres dentro
de un corazón. No sabía qué le gustaba más, si el aroma de romance que
desprendía la inscripción, o el misterio que se escondía tras los dos nombres
desconocidos. Su imaginación infantil recorría los surcos del tronco y
terminaba dentro del corazón, donde su nombre, Berta, permanecía a la espera de
que algún niño inscribiera el suyo.
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