«La comida basura tiene una
ventaja», pensó Aidan. Y se añadió a la cola que esperaba cumplir con el rito
de la carne.
Decidido a no perder el vuelo,
pero también a no pasar hambre, pidió, como siempre hacía en estos casos, un
menú que sabía que no podría acabar. La hamburguesa, doble. Las patatas, grandes.
La bebida, enorme. Hacía tiempo que sus necesidades alimenticias habían
disminuido hasta redescubrir la racionalidad, pasados los cincuenta. Sin
embargo, no se resignaba a pedir un menú inferior por miedo a quedarse con
hambre. Siempre pensaba que era una reacción atávica a carencias pasadas. O tal
vez el antídoto contra miserias presentes.
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