Por tercera vez aquella tarde,
repitió el mismo gesto. Se subió el puño izquierdo de la blusa y miró la hora
que era. Después tomó la revista que estaba sobre la mesa y se dejó caer en el
sillón. Sus pensamientos discurrían
entre relojes dorados de marca exótica, ciudades de cristal en el desierto y
modelos famosas con ojos de gato.
Durante años fueron la pareja
ideal. Todos sus amigos los ponían como ejemplo de lo que podía ser una
relación estable en un océano sacudido por tempestades que arrasaban sólidos
cruceros y los convertían en balsas. Todos admiraban su camaradería y su buen
humor. Los momentos difíciles —«seguro que los tienen», pensaban todos— los
superaban con la suavidad de las dunas cuando las mueve el viento.
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